Por qué comencé a escribir
Pulsiones 1
“Hay noches en que el corazón duele
de verdad”
Una noche leí eso en un pedazo de
papel, quizá yo mismo lo escribí, no sé cuándo, ni recuerdo por qué.
La sangre escurre de mi puño hacia el
suelo humedeciendo el papel. Aún recuerdo por qué comencé a leer: creo que fue un día, hace casi 15 años. Como todos los jóvenes me
enamore, y junto con el amor vino la fantasía; siempre vienen juntas, alterando
la realidad del sujeto.
Como usted puede imaginarse, ya que
es siempre lo que pasa, el amor se acabó. Y así, ese día, llegó la primera decepción amorosa, esta
es aquella que produce un sentimiento de vaciedad y decepción tan grande que
se instaura en el mismo núcleo del sujeto: se vuelve parte de la médula
espinal. Existen algunos hombres fuertes, que logran superar aquella decepción,
son ellos quienes de inmediato pueden continuar con sus vidas y construyen una
nueva fantasía; hay otros que no son así, yo soy uno de ellos.
Estos otros hombres, pasionales, no
tienen control de sí , nunca lo tendrán.
Las manos comienzan a dolerme, y la
sangre escurre más. Pero no divaguemos, le estaba contando sobre como comencé a
escribir. Fue ese día, el día que se instauró la decepción y el miedo en mí, cuando pensé que “las relaciones humanas solo sirven para provocar dolor” para
generar ilusiones que, al romperse, de forma inexplicable, alteran todo lo que
tocan. Cuando aquella fantasía primera se rompió decidí alejarme de “las relaciones humanas”, no solo hablo de las relaciones de pareja sino, también, de la amistad.
En ese momento pensé que las personas solo están allí para causarnos dolor, ese
dolor tan agudo, tan frío, como agujas de hielo que se clavan en el cuerpo, en el corazón, y
poco a poco te consumen, te hielan, te enfrían…
Ese sentimiento de vaciedad, de frío, se volvió una
constante. No podía confiar en nadie: familia, amigos, cada ser humano
existente era una de esas agujas heladas y lo peor es que ni siquiera lo
sabían. Quizá pensaba eso porque nunca fui un hombre duro.
Fue por ese entonces que mi abuelo,
el señor K , comenzó a mandar, cada mes, una caja repleta de libros, esos
mismos libros que pueden verse en el estante, bueno ahora están revueltos junto con otros, pero mi biblioteca así inició.
Recuerdo la primera vez que abrí una
de las cajas del abuelo, nunca las llevó personalmente, solo llegaban por
correo. Recuerdo que en aquella primera caja estaban los diálogos de Platón y “así
habló zaratustra” de Nietzsche.
Cada vez me duelen más las manos,
sobre todo la izquierda, al menos la sangre se detuvo.
Los libros parecían un buen refugio,
sin emociones, sin promesas, sin carne, solo papel y tinta; papel y tinta, quien
diría que el papel y la tinta serían algo tan necesario en mi vida . Puedo
sentir un par de cálidas gotas lloviendo sobre mi mano, pero no es sangré, solo
un par de lágrimas que escurren desde mi rostro: quien diría que el papel y la
tinta seguirían aquí, después de tanto.
Comencé mis lecturas con Platón y
Nietzsche. Al poco tiempo se agregaron novelas de piratas, el psicoanálisis
freudiano y el viaje al infierno con Dante. Estos nuevos compañeros de tinta y
papel no me abrazaban, no me daban afecto pero tampoco me juzgaban.
Claro está que no comprendía mucho,
Nietzsche y Platón son lecturas difíciles hasta para la gente letrada. Las
manos se me están hinchando, el dolor se hace más fuerte.
Aquellas lecturas llenaron mi vacío,
al menos momentáneamente; se instauraron
en mi espina y comencé a respirar filosofía.
Así comencé a leer.
-Pero me estabas contando cómo comenzaste
a escribir-.
Es verdad, te estaba contando cómo
comencé a escribir.
Después de un tiempo el sentimiento de
vacío y soledad creció. Al final, supongo, los humanos somos mamíferos y estamos
acostumbrados a estar en grupos, al menos eso nos ha hecho creer la biología.
Extrañaba a la gente, extrañaba el sentimiento de afecto. Y como cabía de esperarse
me enamore otra vez. Junto con esto las fantasías regresaron, ya sabes fantasía
de fantasma: espectros e ilusiones que acongojan al espíritu, a veces para bien, a veces para mal…pero ,como todos saben, los fantasmas no existen, solo habitan en la
mente de los sujetos.
Me enamoré, creé fantasmas, y estos
crecieron altos como montañas. La caída fue dura.
Hay noches en que el corazón duele de
verdad, eso pasó esa noche, y el dolor no se pudo mitigar. Comencé a comprender
que el dolor de espíritu nunca cesa, pero comprendí que a la vez era un
impulso: la esquizia creadora lo llamaba uno de mis maestros, el doctor Dorra.
La esquicia, se refiere a ese impulso,
a ese movimiento de la consciencia para crear, quizá proviene del concepto esquizo empleado por Deleuze y Guatari, quizá
no, no lo sé.
Cada vez me empieza a doler más la
mano izquierda. En fin…debo darme prisa, el tiempo se acaba, y hablar (o escribir,
que al final es lo mismo) comienza a hacerse difícil.
- ¿te encuentras bien?-
¿Acaso me veo bien?
-es verdad, qué te voy a decir. -
Fue alrededor de diez años después de la llegada de los primeros libros del abuelo que descubrí la esquizia.
El escribir no lleno mi vacío, al contrario,
cada vez lo hizo más grande. Fue ahí cuando conocí el abismo, y me arrojé. La
escritura fue un sustituto, hay quienes creen en “el placer de la escritura”,
para mí nunca lo ha sido, escribir duele, la tinta para mí es para hacer
tatuajes, cada palabra dicha, escrita, cada palabra existente está tatuada, está
inscrita en el espíritu del hombre:
es tinta en un lienzo diferente. la
prueba de ello radica en que nuestro nombre es una inscripción que llevamos
durante toda la vida.
Ya no siento la mano.
-Está por terminar, vamos-.
Comencé a escribir porque aliviaba la
caída, digamos que era una especie de tour abismal: el abismo eran las hojas vacías
que poco a poco se llenaban de mí, así como este pedazo de papel que ha absorbido mi
sangre y mis lágrimas durante estos
minutos … supongo que por eso comencé a escribir…